domingo, 11 de mayo de 2008

Sandra Orozco
Egresada de la Licenciatura en Ciencia Política de la Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa

Se han acabado los tiempos del autoritarismo y la censura a las ideas, los tiempos en los que una sola persona decidía el futuro inmediato. También se ha acabado la época del nacionalismo revolucionario vehemente basado en la idea de propiedad estatal como único sostén y desarrollo por medio de sustitución de importaciones.
A lo largo de toda la historia del México independiente el tema del manejo de recursos procedentes de materias primas ha sido causa de un debate que aún no termina. Si bien las guerras internas y en contra de una intromisión extranjera forjaron las bases del nacionalismo mexicano. Este se condensó con la Revolución Mexicana y se cristalizó con el nacionalismo revolucionario de los años del llamado desarrollo estabilizador.
El punto culminante de nuestro nacionalismo revolucionario – emanado de la lucha revolucionaria y desarrollado en el Partido Revolucionario Institucional – fue aquél decreto del 18 de marzo de 1938 del Presidente Lázaro Cárdenas, en el que se expropió la industria petrolera y creó el antecedente de la actual empresa estatal Petróleos Mexicanos (Pemex).
En los últimos 70 años la empresa estatal ha sido el motor fundamental de la economía mexicana alrededor de 35% de los ingresos fiscales del gobierno federal provienen de esa actividad económica. Desde 1938 y hasta 1979 la producción de petróleo crudo permitía abastecer el mercado interno tener una participación marginal en los mercados internaciones. Es a partir de 1979 y hasta 2004 que la producción de crudo de Pemex pasó de 1.5 a 3.4 millones de barriles diarios, alcanzando su máximo en 2004, convirtiéndose así en uno de los principales exportadores de petroleros del mundo.
Paradójicamente cuando la producción petrolera alcanzó su máximo histórico inmediatamente comenzó su descenso. Si bien esto ya se tenía previsto unos cuantos años atrás, el tema ha sido y seguirá siendo un tema que roza la sensibilidad nacionalista mexicana.
Reconociendo que la propiedad estatal de los recursos energéticos fue una conquista histórica sin precedentes, también es cierto y sobretodo honesto afirmar que los tiempos son otros. Sirvió para reafirmar el concepto de Soberanía Nacional y forjar la idea del México posrevolucionario desarrolló de acuerdo con sus necesidades y con sus recursos.
Hoy ya no estamos en la época del colonialismo europeo, ni en la de las intervenciones extranjeras unilaterales que acechan la riqueza y territorio mexicanos, ni siquiera estamos ya en la época de la diplomacia del dólar. Estamos en una época sin precedentes de integración de bloques, principalmente regionales, que poco a poco están modificando el otrora mundo bipolar del que emanó la superpotencia.
La realidad es algo que no puede ocultarse. Se están agotando los hidrocarburos de la región cercana a las costas y en algún momento será necesario explorar las aguas profundas si queremos seguir dependiendo económicamente de la industria petrolera.
Existe un consenso casi general acerca de que es necesario modernizar la paraestatal emanada del proceso revolucionario. El dilema radica en el como y cuando. Las propuestas formales y basadas en un diagnóstico - sin atreverme a decir objetivo – son sólo una: una nueva Ley Orgánica de Petróleos Mexicanos que le permita paulatinamente autonomía financiera, la inserción de cuadros profesionales especializados en el manejo de la petroquímica, la cooperación temporal de empresas privada en las tareas de perforación y explotación en aguas profundas con tecnología de punta y la posibilidad de que – paulatinamente – la empresa para estatal pueda, por medio de sus propios recursos, financiar su propio desarrollo.
Nadie objeta que esta no es la reforma que México necesita para garantizar su seguridad energética, pues no contempla una visión de Estado ni tampoco específica. Es la reforma que se cree podría ser aprobada en breve – después de los 70 días de debate – para darle un respiro a la empresa.
En lo que se refiere a la explotación de aguas profundas, la cuestión es un poco más complicada. Se comparten yacimientos de hidrocarburos con los países limítrofes en el Golfo de México: Cuba y Estados Unidos. Entonces la cuestión ya no se vuelve solamente de recursos mexicanos, sino también el derecho de otros Estados a explotar la parte correspondiente del yacimiento. Dichas tareas han empezado con éxito en los países supra citados.
El tema en México ha estado inmerso en retorica. La ecuación para nosotros es sobre la base de que si se vende o no el petróleo. Si es un maquinación de la derecha para vender a los mexicanos y por lo tanto su antagónico –la izquierda a la mexicana – salvará y defenderá el petróleo.
Pero es necesario darnos cuenta que el tema es mucho más de estructura que de forma. El asunto es que es lo que pasa con México y que a va a pasar en el corto y largo plazo. Siendo sinceros México no tiene tecnología suficiente que pueda, por hoy, explotar sus propios recursos y ser autosuficiente energéticamente.
Si bien esta incapacidad esta fundada en erróneas decisiones políticas y escándalos de corrupción, también es cierto que no podemos sólo argumentar que esas son las únicas causas. El desinterés de los jóvenes mexicanos en elegir una profesión de esta índole ha generado la escasez de cuadros capaces de encontrar nuevas alternativas de explotación, no ha generado cadenas productivas en esta industria.
El tiempo que queda para decidir es poco y la información es aún más escaza pues un gran porcentaje de la población ignora el por qué esta pasando lo que esta pasando, haciendo menos fecundo el debate y generando que las posiciones de los actores involucrados sean más polarizadas.
No podemos cerrar los ojos a nuestro pasado ni a nuestra historia pero tampoco no podemos permitirnos, no pensar en el futuro. Si bien, últimamente han aparecido muchas opiniones e incluso propuestas, hay que tener presentes que la cuestión de Pemex, no sólo es una cuestión de que si se vende o no se vende el petróleo, es una cuestión de seguridad energética, una cuestión de ¿Qué país queremos ser? Nos hemos tardado casi 200 años en ese debate y que aunque México sea un país joven, considero que ya no puede darse el lujo de seguir vacilando en sus decisiones y postergando el diálogo con todas las partes que conforman nuestra sociedad.

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